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Dic 2, 2018

Esa mujer dejará mi muerte a salvo

 

Soy muy fan de la escritora Amelié Nothomb, y leyendo una novela suya me topé con la frase que da título a este texto, y me dejó patidifusa. En la cultura japonesa, según cuenta ella, si alguien ve a otra persona en una situación de extremo riesgo para su vida, es probable que no haga nada por salvarla, porque considere que en caso de hacerlo se produciría un desequilibrio tan grande que sería insostenible. Es decir, salvarle la vida a alguien es algo que no podría ser compensado por el salvado de ningún modo, y ello produciría un profundo malestar en él o ella. De modo que por pura consideración al otro….son capaces de dejarle morir.

Como diría Obelix de los romanos pensé al leerlo: “están locos estos japoneses”; sin embargo en su lógica tiene sentido. “Salvar la vida de un ser equivale a convertirlo en un esclavo a causa de una exagerada gratitud”, explica Nothomb.

Hace pocos días escribí sobre este tipo de dilemas (Esperanza radical y equilibrio ), y ahora me parece que de algún modo esto que traigo hoy tiene alguna conexión.

Aunque quizá por estos lares los matices sean diferentes porque nuestro código cultural no funciona como el de los japoneses. En ocasiones, ante la posibilidad de ayudar a otro, no lo hacemos. ¿Qué hay detrás de eso? ¿Qué nos decimos para justificar que no hemos ayudado a alguien, teniendo la posibilidad de hacerlo?

¿Dónde ponemos el límite? De nuevo, tú o yo. Quizá habría algún modo de construir un tú y yo, o vosotros y yo. Sin perderme en ello. Cuidando de lo mío a la vez que de lo tuyo o, si no es posible de modo simultáneo, dejando lo mío para otro momento al que le pongo fecha y hora. Y me comprometo conmigo a dármelo, sea lo que sea, de un modo u otro.

Casualmente (o quizá no) esto me lleva a la Comunicación Noviolenta, y a la claridad que aporta su propuesta a la hora de conocer nuestras necesidades y las múltiples posibilidades que existen para alimentarlas. O lo que es lo mismo, distinguir entre necesidad y estrategia.

Si mi necesidad fuera alimentarme, una estrategia sería comer una hamburguesa, otra batidos de proteínas, otra un plato de verdura, y otra alimentarme con suero por vía intravenosa. Si mi necesidad fuera ser escuchada, una estrategia sería pedírselo a mi pareja, otra sería pedírselo a una amiga o amigo, o a algún familiar, o a un terapeuta. Es habitual que en el ejemplo anterior, nos parezca normal que nuestra pareja, por ejemplo, tenga que escucharnos. Porque para eso es nuestra pareja, y porque si no, ¿para qué es nuestra pareja?. Y estirando un poco más el argumento, no sólo tiene que escucharme cuando yo lo necesito sino que ya debería haber adivinado que necesito ser escuchada y tendría que haberme preguntado, y haberse ofrecido a tener ese momento de charla…porque es mi pareja y es su obligación. Y si no lo hace es que no me quiere bastante. ¿A alguien le suena familiar este razonamiento?.

Si limito la forma de alimentar mis necesidades a una sola estrategia, las posibilidades se reducen drásticamente, y me vuelvo exigente y mi energía es muy demandante. Si me hago cargo de pensar distintas estrategias, y pruebo unas y otras, aumento mis posibilidades y mi energía es relajada, y de abundancia. Y curiosamente cuando no exijo….al otro le dan más ganas de dar. Seguro que ya has observado esto alguna vez.

Y esto me lleva de nuevo al principio del texto. Quizá el dilema entre ayudar, o aportar a la vida de otros, viene dado cuando pensamos que el otro nos exige de algún modo la ayuda. Puede ser de una forma muy sutil. Pero el efecto es que nos llega como una exigencia, y eso hace que percibamos dificultad, algo pesado y con consecuencias negativas, en caso de no atenderlo. Pero ¿qué sucede cuando hacemos algo, que no queremos hacer, porque pensamos que no hacerlo puede tener consecuencias negativas?

Hoy me pongo deberes a mi misma, para estar atenta a mi capacidad de imaginar distintas estrategias y mi energía a la hora de pedir. Me comprometo a observarlo y anotarlo, a ver qué me encuentro. ¿Juegas?

 

María

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