“Soy en pedir tan poco venturoso,
que sea por la pluma o por la espada,
todos me dicen con rigor piadoso:
«Dios le provea», y nunca me dan nada;
tanto, que ya parezco virtuoso,
pues nunca la virtud se vio premiada”
Fragmento del poema “vuesa merced se puso a la ventana”
de Lope de Vega
A la gran mayoría de los seres humanos nos gusta ayudar, ser útiles para otros y tener la sensación de que contribuimos a sus vidas, de uno u otro modo.
Estoy segura de que, a ti que estás leyendo esto, te pasa. Encuentras mucha satisfacción cada vez que alguien, más o menos cercano, o incluso a veces un desconocido, te pide algo, y tú lo haces por él o por ella.
A la vez, a muchos de esos mismos seres humanos les cuesta en mayor o menor medida recibir ayuda y ponerse a sí mismos en la posición de pedirla. ¡Qué curiosa contradicción! Nos encanta ayudar y nos cuesta mucho dejarnos ayudar.
Y fíjate que tiene miga el asunto, porque la realidad es que cuando no dejamos que otros nos ayuden, sencillamente les estamos negando la posibilidad de experimentar la satisfacción que nosotros sentimos cuando ayudamos. Por supuesto esta no es una decisión consciente, no es que queramos que no sientan esa alegría de contribuir. Es que por alguna razón que habita en nuestro ser más profundo, en uno de los últimos rincones de nuestro sistema operativo, nos es difícil pedir y recibir. Bueno matizo, porque creo que incluso aquí hay niveles. Nos es difícil recibir ayuda y aún más difícil tener que pedirla.
¿Qué se esconde detrás de las dificultades a la hora de hacer peticiones?
Con mucha frecuencia, cuando a alguien le cuesta más o menos pedir, es porque en algún lugar de sí habita una creencia que se lo hace difícil. Ideas del tipo:
“si pido ayuda va a parecer que no sé/no puedo hacerlo”
“si pido ayuda voy a quedar en deuda con el otro”
“si pido ayuda pensará que quiero escurrir el bulto y no asumir mi responsabilidad”
“no pido ayuda porque me van a decir que no”
“no pido ayuda porque se va a enfadar”
“no pido ayuda porque yo lo hago mejor/ o más rápido y acabo antes”
“no pido porque es mi obligación hacerlo”
“si pido admito que no puedo con todo” (¿me incomoda la vulnerabilidad? ¿la evidente certeza de que soy humana?)
“no pido ayuda porque no merezco ser ayudado” (ojo con esta creencia tan cabrona)
O una….tan trágica como cómica:
“si pido ayuda no tiene gracia, ya tendría que saber que quiero que lo haga, y haberlo hecho hace rato” (porque tiene poderes adivinatorios y sabe perfectamente y en cada momento lo que yo quiero y cómo lo quiero)
Una vez situados en contexto, te invito a que me acompañes en esta breve reflexión, a ver si con ello conseguimos de alguna manera ampliar las posibilidades de que te animes a pedir ligero, en abundancia y con alegría, y de este modo puedas experimentar el poder multiplicador del acto de pedir.
Las peticiones tejen redes de confianza sólidas y duraderas. Abonan relaciones, fortalecen vínculos, nos comprometen con otros y con nosotros mismos, nos apoyan a alcanzar objetivos más ambiciosos, nos habilitan a trascender los límites de la capacidad individual.
Pedir mucho, pedir ligero y pedir con alegría y la ilusión de alcanzar algo no significa que siempre vayamos a obtener eso que estábamos pidiendo, de la manera que lo pedimos. Por ello es esencial antes de pedir hacer una pequeña prueba interior, que consiste en hacerte las siguientes preguntas:
- ¿estoy disponible/abierta a recibir un no por respuesta?
- ¿es posible para mi abrir una conversación en la que negociemos los términos de esta petición?
Solo si tu respuesta a ambas cuestiones es afirmativa, tu petición será una petición.
En caso de que tu respuesta sea negativa, en lugar de una petición estarás expresando una exigencia. Que trata de imponer lo que tú quieres o crees que debe suceder. Y no es que no se puedan exigir cosas. Es que cuando exiges algo, al otro le dan menos ganas de contribuir, porque desde la obligación, al humano estándar, le dan menos ganas. Es muy fácil de entender porque seguro que a ti también te pasa. Cuando no te sientes libre de aceptar lo que te proponen, o ves que no hay margen para modificar las condiciones o que en caso de que no lo hagas así, puede haber consecuencias negativas, si al final decides hacerlo será por evitar esas potenciales consecuencias y no porque te nazca el deseo de contribuir a lo que el otro te pide. Llévate esto al entorno que quieras, porque funciona en las familias, con los amigos o en el trabajo.
Llegados a este punto, quiero proponerte tres maneras de pedir, que espero que te animen, en el caso de que seas uno de esos humanos que pide poco o nada, o que pide como pidiendo perdón, o que pide desde la exigencia, a pedir de una forma diferente. Para llegar con un poco de práctica a eso de pedir ligero, en abundancia y con alegría. Sea lo que sea aquello que elijas pedir.
Aquí te van tres peticiones que multiplican las posibilidades en diferentes sentidos.
Primera petición: Pide conexión
Cuando expreses cualquier cosa y quieras generar conexión con la persona con la que estás hablando, pídele que te diga cómo se siente con eso que tú has expresado antes.
Es algo atípico y las personas suelen responder qué opinan sobre lo que dijiste.
Te invito a que insistas amablemente y reconduzcas la respuesta, algo así como “me interesa mucho tu opinión y me encantará escucharla en un momento, y lo que me gustaría saber ahora es cómo te cae lo que he dicho, cómo te hace sentir”.
Segunda petición: Pide reflejo
Como si de un espejo se tratase, pide que el de enfrente diga con sus palabras lo que entendió de lo que tú dijiste. Es muy importante que pidas esto desde un lugar humilde y que de seguridad al otro. Puede ser algo así “¿podrías por favor decirme con tus palabras lo que has entendido de lo que he dicho? No es que dude de tu capacidad de entender, es que no sé si me he expresado con claridad y solo voy a poder comprobarlo si tú me dices lo que has entendido”. De nuevo esto es bastante atípico, por eso te invito a que cuando quieras hacerlo, avises a tu interlocutor de que estás tratando de evitar malentendidos, que te ha pasado otras veces que o bien tú mismo o bien otro dijo algo y el de enfrente entendió otra cosa… si no te ha pasado esto alguna vez es que quizá seas un replicante en vez de un humanoide 😛
Tercera petición: Pide una cosa/una acción
Cuando vayas a pedir que otro haga algo por ti, asegúrate de que tu petición sea clara, concreta, medible, que la formules en positivo (pide lo que si quieres, en vez de lo que no quieres que pase), que suceda en el presente o que te encargues de recordar las condiciones de la petición de vez en cuando, si es que pides para dentro de mucho tiempo y por último, pide algo que sea posible para el otro. Antes de pedir lo que vayas a pedir, pregúntate si eso que le pides le resultará sencillo de hacer, o por el contrario puede ser difícil, o quizá le venga mal. Como no tenemos poderes adivinatorios, si no sabes la respuesta, sencillamente cuando le pidas lo que sea, añade lo de “¿cómo estás con esto que te pido?”. Ahora, si vas a hacer esto, hazlo desde el deseo genuino de conocer la respuesta. Porque si planteas esta pregunta como una mera fórmula, pero en realidad no estás dispuesto a reconsiderar tu petición, ante una potencial respuesta del tipo “me agobia lo que me pides” o “me va fatal hacerlo ahora” o “nunca he hecho algo así y no sé si sabré hacerlo”, entonces es mejor que lances la petición/exigencia y corras.
Puedes probar de estas tres maneras, o puedes hacerlo de otras. Sea como sea si no pides, tienes muchas papeletas para que no pase. Y si lo exiges, otras tantas para generar distancia y tensión.
Entrenarte en tu habilidad para pedir te traerá beneficios múltiples.
Sonrío al escribir estas letras porque termino este texto acordándome de otro fragmento de un poema, también de Lope de Vega, como si se cerrase un círculo virtuoso al legar al final. Te invito a que empieces a practicar el noble arte de pedir, para que vivas lo que sucede
“Quien lo probó lo sabe”