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Dic 9, 2019

Debajo de las palabras

Uno de los usos que más me gusta de la comunicación no violenta es la traducción.

La traducción en clave no violenta de lo que escucho. Independientemente de las palabras que elija mi interlocutor, si permanezco conectada conmigo, soy capaz de traducir esas palabras en clave no violenta. Funciona aunque la persona que tenga delante no haya oído en su vida hablar de CNV o no tenga ninguna intención de cuidar de mi.

Para poder traducir lo que dice alguien que está expresándose de forma dura o trágica, o que quiere de algún modo que sus palabras impacten en mí, son esenciales varias cosas:

  1. Que yo elija hacerlo. Que tenga intención de hacer este ejercicio porque, por la razón que sea, quiero cuidar de esta relación. Honestamente, a estas alturas de la película, esto me pasa en la inmensa mayoría de las relaciones de mi vida. Quiero cuidar de ellas, aunque naturalmente no a todas les de el mismo plano de cuidado, porque no entiendo otra forma de relacionarme que no sea desde el cuidado. Para tener esta claridad, en una situación en la que me activa emocionalmente lo que está sucediendo, me ayuda mucho esta idea que expresaba en el texto Ritardando
  2. Que me haya encargado de cuidar de mi. Como dice mi maestra, Pilar de la Torre, que vaya a ese encuentro con el cuenco lleno. Con mis necesidades colmadas, y en caso de no ser así, con la claridad de que hay mil formas diferentes de atender mis necesidades, independientemente de lo que suceda en esta interacción concreta o con esta persona determinada. Uno no tiene las mismas ganas de cuidar de otros si no se ha encargado de esto. Lo digo desde mi experiencia. No sé en tu caso. Para mí hay mucha más energía de cuidado disponible, y de un modo menos sacrificado que el que practicaba antes de conocer la CNV. Siempre entendí que ponerme primera en la lista de cuidado era egoísta. Hoy lo entiendo de otro modo. El autocuidado es lo que me nutre para cuidar de otros. Actualmente mi compromiso militante con el autocuidado se renueva cada día. Mi hija mediana se encargó de ponerle palabras a esta idea, lo compartí en la entrada Quererse o no quererse, esa es la cuestión. y desde entonces lo vivo de este modo.
  3. Que, como decía al principio, sea capaz de permanecer conectada. Es decir, que sea consciente de que quiero hacer este ejercicio, que voy a ser capaz de cuidar de mi, y que quiero mirar y escuchar lo que hay…debajo de tus palabras. Mientras hago el ejercicio de traducir, suele venir a mi cabeza esta imagen de la maravillosa escultura de Alexander Milov, titulada “LOVE”.

 

Debajo de tus palabras o en tu interior ¿qué está vibrando?

¿Cómo imagino que te sientes y qué puedes estar necesitando para expresarte de este modo?

Es como si bajase el volumen de tu discurso, como si quisiera escuchar más allá de lo que dices, como si fuese una arqueóloga en busca del yacimiento prehistórico que se halla bajo ese inmenso edificio de piedra.

Es allí donde encuentro las claves que me permiten descodificar tu mensaje. Y entender, en un lugar que no es exactamente el cerebro. Entender con mis entrañas. Es como si en ese momento, en ese estado de conexión, se parase el tiempo. Y no hubiera nada más que sintonía. Como cuando afinas un instrumento que suena desafinado y en un instante precioso suena afinado. Ahí es.

Solo entonces, con mucha delicadeza, puedo elegir visibilizar mi propuesta de traducción. Y siempre en formato de hipótesis, con un tono interrogativo, y un lenguaje corporal que se muestre abierto a soltar esta hipótesis y volver al ejercicio de afinar, en caso de que me digas que no he acertado.

De este modo por ejemplo, después de escuchar algo duro, podría decir:

“cuando te escucho decir esas palabras, imagino que te sientes …..(frustrado, hastiado, enfadado, sin energía, iracundo, triste, lo que quiera que sea que percibo), y quizá necesites ….(claridad, compartir, conectar, apoyo, ser visto o escuchado, lo que quiera que sea que me parezca entender), ¿es esto?”

En ocasiones hacer esta devolución resulta muy chocante para el otro. Quizá al principio te de pudor o miedo animarte a hacerlo. Quizá creas que no va a tener el efecto que querrías. Mientras encuentras la seguridad que necesites para hacerlo, te invito a que empieces por hacer el ejercicio para ti, aunque no utilices el reflejo. Trata de imaginar cómo  se siente y qué necesita. Esto contribuye a contestar desde ahí, en lugar de reaccionar a sus palabras, que probablemente te ha parecido que te  juzgan o te atacan, o te hacen responsable de lo que le pasa.

Si todo lo que te acabo de contar te parece complejo de llevar a la práctica considera solo esta idea:

Debajo de las palabras, si nos quedamos con la esencia, solo hay amor o miedo.

Haz la prueba.

Escucha observando esta clave, y si te apetece, cuéntame qué sucede.

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